Carta de Jiddu Krishnamurti, enviada a las Escuelas de las Fundaciones
Krishnamurti.
"Cartas a las Escuelas II- 15 de diciembre de 1982".El designio es mucho
más importante que el logro de una meta, de un fin. El designio no es sólo una
conclusión intelectual e ideológica, sino más bien un presente activo y vital.
Es la mecha que arde en un tazón de aceite. No puede ser apagada, ninguna brisa
puede extinguirla. La mecha es sólida y el aceite no es alimentado por ninguna
fuente o influencia externa. No tiene causa, y así la llama, la mecha y el
aceite perduran para siempre. Este es mi designio como maestro dedicado, y debe
ser el designio de ustedes como padres y el de toda la humanidad, porque ello
nos concierne a todos. La llama vital del designio es dar origen a un ser humano
bueno, inteligente, libre y sumamente capaz.
Ustedes no pueden escapar de este designio. Están comprometidos en él tanto
como yo lo estoy. Pueden huir asustados, pueden pasarlo por alto, descuidarlo,
pero son tan responsables como yo. El futuro es responsabilidad nuestra, de modo
que éste es nuestro problema inmediato. Mi problema y el de ustedes es cultivar
la inteligencia comprensiva de la cual fluyen todas las otras cosas. Puedo ver
esto en mi imaginación como el factor central, porque ninguna persona
inteligente, en el sentido que usamos esa palabra, querría jamás lastimar a otra
intencionalmente. Una persona así trataría a la humanidad como se trataría a sí
misma, sin esa terrible división destructiva. Yo también puedo sentir, de un
modo algo indefinido, no sentimental, que esta inteligencia es totalmente
impersonal, ni suya ni mía. Puedo sentir su tremenda atracción y su verdad.
Ahora bien, ¿de qué manera puedo cultivar esto en mis estudiantes y en mí
mismo? Estoy usando la palabra equivocada: cultivar; el cultivo implica la
actividad del pensamiento, implica un logro, un trabajo. Empiezo a percibir,
pues, que la inteligencia es por completo diferente de la actividad del
pensamiento. El pensamiento no tiene relación alguna con la inteligencia. Esta
no puede nacer del pensamiento, porque el pensamiento es siempre limitado.
Entonces, habiendo enunciado esto, que no es una percepción indefinida sino
un designio ardiente, me pregunto si es posible para mí comunicar al estudiante
la calidad de este designio. ¿Puedo, acaso, hacerlo por medio de las
matemáticas, la biología o alguna otra materia? Digamos, por ejemplo, que soy un
profesor de matemáticas, y sé que los cerebros de los estudiantes están
condicionados, que son limitados, adaptables. La matemática es orden, orden
infinito. El orden es el universo, es la inteligencia. El orden no es estático,
es un mo-vimiento vivo. Nuestra vida es movimiento, pero en ella hemos generado
desorden. Por lo tanto, voy a hablar a los estudiantes no sólo de las materias,
sino acerca del orden en la vida de ellos y en la mía. La negación del desorden
es orden. Un ser humano confundido, desordenado, inseguro, al tratar de
establecer orden, sólo crea más desorden. Esto lo veo muy, muy claramente, de
modo que voy a ayudarles, y al ayudarles me estoy ayudando a mí mismo. El orden
no puede practicarse como ustedes pueden practicar las matemáticas ... paso a
paso. Lo primero que debemos advertir, pues, es que el pensamiento jamás puede
generar orden, hágase lo que se quiera mediante la legislación, la
administración o la compulsión. La matemática no es desorden. La matemática en
sí misma es básicamente orden. El orden es independiente del pensamiento. El
pensamiento no puede producir orden; cuanto más lo intenta, más grande es la
confusión. El pensamiento es capaz de ver el orden de la matemática; pero este
orden no es producto del pensamiento. Uno puede ver la majestad y belleza de una
montaña, pero el ser humano que ve eso, puede no tener dignidad, ni majestad, ni
belleza.
Ahora bien, con todo esto, yo mismo debo estudiar este orden y desorden antes
de que pueda comunicarlo a mis alumnos. Estudiar en un libro un tema
determinado, es muy diferente de estudiar el "mí mismo", que es desordenado,
confuso. El libro se revela frase por frase, capítulo por capítulo, y llega a
una conclusión u otra. El libro es visible, y uno puede emplear quizás años en
la materia que trata el libro. Pero yo no estoy estudiando un libro; estudio un
libro que no contiene letra impresa, que no puede ser leído con los ojos de otra
persona. Debo descubrir, pues, cómo estudiarlo. Usted también está haciendo esto
conmigo, de modo que no se haga a un lado. Yo estoy estudiando porque me
interesa personalmente, y también para comunicarlo al estudiante. No es que yo
estudie sólo para mí mismo. El libro y el tema en sí son palpables, tangibles.
Las palabras comunican cierto significado definido, pero estudiar esta materia
tan tenue, viva y cambiante -que es mi propia calidad de cerebro, el cual ha
vivido y vive aún en el desorden, la confusión y el temor- es mucho más difícil
que leer un libro. Ello exige rapidez, sutileza, requiere moverse sin dejar
huella alguna. ¿Tengo una calidad semejante? Al formularme esta pregunta, no
sólo estoy estudiando a quien la formula, sino que también estudio el designio
que existe tras la pregunta.
Estoy estudiando, pues, muy cuidadosamente la totalidad del fenómeno, sin
llegar jamás a una conclusión definida. Esta vigilancia constante, que no
permite jamás que una sombra cruce rápida junto a uno sin ser cuidadosamente
observada, hace que el cerebro y toda la actividad del pensamiento se aquieten
sin embotarse. Tomo un descanso y recobro nuevamente ese estado. El descanso es
tan importante como renovar la observación. Estoy captando el perfume de esa
inteligencia, su extraordinaria sutileza, y así todo el organismo físico se
vuelve más activo, más alerta, y comienza a tener un ritmo diferente. Está
creando su atmósfera propia.
Ahora puedo acudir a la clase, ya sea bajo un árbol o en un aula donde se
supone que enseño matemáticas; sé que los estudiantes tienen que obtener
calificaciones en ellas y, por los primeros cinco o diez minutos, les hablo
esplicándoles muy claramente lo que he estado estudiando, y cómo también para
ellos es posible estudiar eso. Estoy enseñándoles el arte de estudiar. Me
interesa de veras muchísimo comunicarles mi designio profundo, y ellos se
sienten envueltos en mi pasión. Yo les explico, paso a paso, cómo abordar esta
cuestión de la inteligencia. Les hago notar el orden y la belleza de un árbol,
que no son productos del pensamiento, aunque el pensamiento pueda usarlos para
su propia conveniencia o para la destrucción. En su actividad, el pensamiento ha
generado gran destrucción, y también una grande y efímera belleza.
En cada oportunidad, y sin aburrirme yo ni aburrir a los estudiantes, hablo
de estas cuestiones con humor y seriedad. Esta es mi vida, porque esta
inteligencia es suprema. El orden no tiene causa y, por lo tanto, es eterno;
pero el desorden tiene una causa, y lo que tiene causa puede terminar.
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